29.6.17

Afeitarse

Afeitarse, ese proceso de purificación, el acto de eliminar ciertos pelos que nos molestan, si no pasa mucho tiempo, hasta que hay un evento social, reunión o cita, donde se exige ir arreglado. Pero afeitarse es también una medida cronológica, el paso de una fase, de una racha o de una era.

Y ojo, hablo de afeitarse cualquier parte del cuerpo, no solo la barba, porque al fin y al cabo, el acto de coger la maquinilla de afeitar es un rompe y rasga con el pasado, como cortar las malas hierbas y quitar aquello que estorba.

Es un signo del paso del tiempo y representa el resultado del día a día, algo que no tienes en cuenta pero que sabes que hagas lo que hagas va a volver a surgir, casi hasta lo esperas, por la propia de la naturaleza de las cosas y que no puedes controlar, hasta que llega un día que cuando llega el momento de cambiar lo que hay, se coge la cuchilla y se corta de raíz.

Pero no te enfadas, está asumido, aun disfrutando del acto de cortar el vello como algo ritual, aceptas que vuelve como símbolo de vitalidad (no hay peor decadencia que la de los pelos del tobillo desapareciendo con la edad por el roce del calcetín ejecutivo en comparación con el pelo de los gemelos, recordándote que tienes piernas de padre) y el ciclo vuelve a empezar.

Como la cabeza de Walter White o John Locke, un gesto de resetear el sistema operativo. Un solsticio de verano en tu cuerpo que nada tiene que ver con la estética, porque a ver... ¿desde cuando un cuerpo feo sin afeitar, mejora afeitado? ¿Tan superficial es nuestra mirada? No, todo es cuestión de volver a empezar, es de lo que se trata esta vida, como comenzar un libro, como plantar una semilla, como enfrentarse a una hoja en blanco, como empezar un partido, como volver a poner la piedra para tropezar en el camino con ella otra vez y hacer como que te caes para poder afeitarte. Otra vez.