7.3.13

El barro con el que sa hacen los ídolos.



El barro con el que se hacen los ídolos

Sin duda, una de las cosas con las que más disfruta el hombre (el ser humano), es adorar ídolos. Desde siempre, y en muchos ámbitos diferentes: en política, en el deporte, en el mundo de la cultura, en el terreno religioso… Puede que provenga de la inocencia infantil de ver a nuestros padres como héroes y modelos de conducta o puede que se adore a alguien sustituyendo a dicha figura paternal, pero el caso es que sucede de forma natural.
Si fuera alguien muy cultivado, diría que la adoración de ídolos paganos se alberga en un profundo complejo de inferioridad en el que uno de los nuestros es capaz de hacer todo aquello que nosotros no podemos (como por ejemplo tocarse el codo con la lengua) y que representa esos ideales en los que creemos (como quien encuentra el glúten del mercadona) y que socaba la libertad del ser, pero creo que el hecho de considerar este fenómeno como algo malo no está bien (salvo por el movimiento fan, como lo odio, que rabia dan, no puedo con ello…) quizás porque yo también tuve mis ídolos y también se me vinieron abajo, en algunos casos “muy abajo”. No, Bárcenas no era mi ídolo.
Hay ídolos que no hacen daño, como los superhéroes (¿cuántos solteros con sabanas de Spiderman hay en tu barrio?), los hay que denotan cultura, como Gandhi o Albert Einstein, están los que se crean por saturación como Maradona, Messi o Cristiano, los que te definen por tu estilo de vida, como Jimmy Hendrix o Michael Jackson, y los hay por tradición y convicción, como la Madre Teresa de Calcuta o el Che Guevara.
Y normalmente el ídolo alcanza su máxima fama cuando muere, ese el momento de gloria para los seguidores como homenaje y se suelen concentrar para recordarlo y sentirse parte de una masa que cree en lo mismo. Somos el barro con el que se modelan los ídolos, tan peligroso que puede hacernos ser gobernados por un dictador, o tan importante para hacernos sentir que somos todos iguales en una idea de mundo perfecto y armónico.
En este barro hay un poco de inocencia de la que hablaba (o escribía) al principio del artículo, de esa manera humana de desarrollar modelos de conducta desde la infancia, copiando a nuestros padres, y cuando alcanzamos la adolescencia (grano time) y nos rebelamos, buscamos ídolos en los posters de nuestras paredes que nos muestren una manera de triunfar en el mundo a la que nosotros le encontremos sentido.
Pero sin sentido crítico no hay verdad, que es la que nos encontramos cuando defendemos a nuestros héroes y otra persona defiende los suyos, y la discordia se soluciona conversando, entonces sería cuando nuestros ídolos deberían de adorarnos a nosotros.
Personalizar ideas en iconos, y luego poner esos iconos en nuestro escritorio, ponerle dos velitas y creer a ciegas lo que representan no es tan saludable, porque (¿Nocilla o Nutella?) no solemos ser comprensivos ante los ídolos de los demás y este fenómeno, un gran negocio, que mueve mucho dinero y a los que les toca ser ensalzados no siempre están preparados para la (cha-chán) opinión pública. Es por eso que el dentista de cada diez que no aconseja el dentífrico nos dice que cada uno debe ser su mejor fan, y sus amigos y familiares los sabios críticos analistas que tienen que bajar de la nube o motivar tu estado de ánimo para disfrutar de tu personalidad, que al final con tanto rollo, es lo que venía a decir, por mucho que se esforzasen sus fieles, Chávez seguramente fuera su mejor y feroz seguidor, así que, por lo menos yo, intentaré que mis iconos no se fundamenten en el odio hacia los de los demás…