13.5.13

Periodista Deportivo III.




Hoy me he despejado un poco yendo a caminar. Alguien dijo que no prestásemos caso a las ideas que no se nos hubieran ocurrido caminando. Quizás un minusválido no me serviría.
Estuve en el parque del metro del barrio, habían niños jugando, al principio no quería acercarme, pero luego me ha salido la vena de director deportivo y me he puesto a verlos por si había alguna perlita para la cantera del “Barsa” y me montaba en el dólar.
Pero sólo he visto niños, de distintas edades, quejándose de todo, a compañeros, a los rivales, al campo, agrediéndose, imposibilitando el juego a niñas… Son niños joder, pensé. Es lo suyo.
El royo deportividad y humildad vende mucho, pero competir es algo igual de natural. ¿O no?
Marchaba ya hacia casa pensando esto cuando  me acordaba yo de lo más primario de los humanos: la familia, mis hijos. Lo único que me importa, este o no con mi mujer, miro a mis hijos y me veo en un juzgado lleno de peluches acusado de ser o no un buen ejemplo para ellos.
¿Estaba haciendo bien mi trabajo? Quiero decir, trabajar, trabajo duro, pero,¿ es mi trabajo algo correcto para mí? ¿Podría hacer mi trabajo con mis hijos delante y sentirme orgulloso?
¿Y si esos niños del parque que se pegan y carecen de educación o de normas para el deporte son un reflejo de cómo vemos los adultos la actividad física? ¿Y si fueran mis hijos?

Me estaba poniendo nervioso ya, mejor marcho para casa que tengo cosas que hacer. Lo mejor será mantener la mente alejada de ataques de moralina.
Cuando nos entraban ataques de ética en la redacción, siempre solíamos acudir al un personaje al que casi nunca le haciamos caso, pero que todos necesitabamos. El técnico de sonido de turno de noche.
Siempre con gafas de sol, siempre con camisas estampadas, entré aquí y ya estaba él detrás de la mesa en la pecera. Su voz era como los diálogos de la radio entre avión y base de las peliculas, sonaba a estar siempre entre interferencias, entrecortada e imperativa.
De la gente que había allí, era el único que no estaba infectado con el don de la dialéctica, la charlatanería y la demagogia. El escuchaba, y hoy en dia, eso lo hacen las grabadoras y los micros, no las personas. Era como un confesionario pero sin madera de rejilla por el medio. Ibas ahí, a la cabina, le hablabas, asentia mientras seguía cortando audios impertérrito y poco a poco ibas contestandote a tus preguntas.

CONTINUARÁ...(pero no se cuando).